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martes, 7 de agosto de 2018

Vacaciones en el Transnervión




Habíamos pensado hacer un crucero por el río Butrón, pero en la canoa no cabíamos los tres con el gato. Y sin el minino no vamos a ninguna parte, porque caza ratones fantasmas, de esos que te despeluchan los cojines cuando no estás en casa. Además, somos incapaces de dormirnos si no nos ronronea. El tío nos ha creado un reflejo condicionado a lo Pávlov y si no le damos lo que quiere nos pasamos la noche en vela.

Pues eso, que nos pidió hacer el Tansnervión, el único que permite llevar animales de menos de 40 kilos y por lo que se había puesto a régimen. Elegimos la etapa que une el califato de Deusto con la república de Basurtistán, famosa por ser el kilómetro cero de las míticas rutas mesetarias de Alsa. El presupuesto no daba para más, porque estamos ahorrando para comprarle unos pantalones rotos a la niña y que dejen de llamarla pobre a la cara por llevar unos sin agujeros y de su talla.
Nos subimos al convoy en San Ignacio, una estación impresionante que nos habría gustado fotografiar, pero no teníamos carrete en el móvil. Antes de que nos diéramos cuenta estábamos en la capital de Deusto, San Pedroburgo, donde visitamos la mítica Casa Vasca, convertida en un enorme museo de la obsolescencia euroasiática. Un chino, vamos.
Minutos después cruzamos la ría por debajo sin traje de buzo. Fue alucinante sentir todo ese agua encima. Todos los compañeros de vagón estaban tan emocionados como nosotros y guardaron un respetuoso silencio que contrastaba con nuestros gritos y maullidos. Al llegar a la estación término nos despedimos de todos y cada uno de ellos y les pedimos la voluntad. Para nosotros había sido como doblar el cabo de Buena Esperanza. De hecho, nos vamos a poner un anillo en la oreja de recuerdo, siempre que nos llegue con lo que nos han dado, que la cosa no está para excentricidades.
Josetxu Rodríguez
@caducahoy

viernes, 7 de agosto de 2015

El WhatsApp, más dañino que el virus del ébola para el turismo con encanto

 columna Josetxu, WhatsApp, ébola, turismo, vacaciones,
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 Dentro y fuera del agua la perspectiva cambia considereablemente

SE acabó el veraneo con encanto, la cala escondida, el pueblo tranquilo. Ha sido horrible. Horrible. Las vacaciones más penosas que recuerdo. Tuvimos que alquilar el último apartamento que quedaba, junto a los nuevos contenedores de reciclaje. Al lado, habían abierto un bar nocturno. Muy nocturno. Cerraba a las cuatro de la madrugada. Pese a que la zona es un parque natural, la playa se había llenado de motos de agua y de veleros. No nos quedó ni el consuelo de la cala a la que íbamos caminando por el acantilado. Habían hecho una pista de tierra y un parking en el que cobraban 5 euros. Ahora, estaba colonizada por familias que montaban cenadores de Ikea y llevaban botellas de butano para cocinar la paella, camas de tijera para la siesta y televisores para ver el Sálvame. 
Y la culpa de todo la tengo yo. Confieso que el año pasado envié las fotos de este paraíso a mi lista de amigos de WhatsApp. Unos veinte. Ellos hicieron lo mismo y tres días después las habían visto 72 millones de personas. Nunca me arrepentiré lo suficiente. No era consciente de que este programa se comporta como el virus del ébola y es más letal. Todo lo que toca muere de éxito. Se satura y colapsa. Ya sea un hotel, un restaurante o un parque natural. Difunde las fotos y lo matarás. 
He aprendido la lección y ahora solo envío imágenes de moscas en las mesas, papeleras rebosantes y medusas en la arena. Las pongo yo. Quizá así pueda reparar el daño infligido, aunque no lo creo.

josetxu Rodríguez
@caducahoy

domingo, 7 de agosto de 2011

Terapia postvacacional



Estoy en pleno poscoito vacacional, no sé si me explico. En ese periodo en el que los fumadores echan un pitillo a lo Bogart y agarran el toro laboral por los cuernos, mientras los no fumadores nos planteamos si existe vida más allá de las vacaciones. Vamos a suponer que sí y que la prima de riesgo no acabará con la civilización tal y como hoy la conocemos. Con esa premisa, este año pienso enfrentarme con todas las armas al síndrome otoñal y hacer caso al psicofisioterapeuta naturosteópata vocacional que me atiende en estos casos.

Para empezar, me está desactivando la memoria corporal que me pide siesta en cuanto mordisqueo el sándwich del mediodía. Posteriormente, pasaremos a un curso acelerado de autoestima que me enseñará a decir "¡no!" fuerte y claro con solo 15 lecciones y dos fines de semana ensayando con un grupo reducido. En estos momentos ya vocalizo perfectamente la ene y la o, pero soy incapaz de pronunciarlas juntas con convicción. Cuando lo consiga, intentará despertar mi conciencia superior para que viva en el presente y no a finales de julio, que es en donde se encuentra actualmente.

Si todo sale bien, realizaremos unos masajes reiki para equilibrar mi energía, veinte sesiones de coaching para redirigir la tensión y cuatro de flores de Bach para ordenar mis emociones. Por último, nos enfrentaremos al rebirthing o renacimiento personal, lo que me permitirá hacer solo lo que quiera hacer. Es decir, que haré lo mismo, pero porque quiero. O eso creo.

Josetxu Rodríguez