viernes, 29 de diciembre de 2017

Soy fan de Anna Muzychuk


 Anna Muzychuk, ajedrez, Riad

SIEMPRE he admirado el ajedrez y a sus grandes maestros de mente privilegiada y enormes manías. Pero, desde hace unos días, el primer puesto en mi lista lo ocupa una ajedrecista que acaba de perder sus dos títulos mundiales por propia voluntad. ¿Hay mayor excentricidad? Se llama Anna Muzychuk, es ucraniana, y dando un ejemplo de honestidad poco habitual en el mundo del deporte, se ha negado a participar en el Campeonato del Mundo de Ajedrez Rápido que se celebra en Riad (Arabia Saudí). La razón es muy sencilla: no quiere sentirse “como una criatura de segunda categoría”, en un país en el que “la mujer tiene que vestir la tradicional abaya y caminar acompañada por la calle”. No es una pose, ni una decisión que le sale gratis, ya que en este torneo se reparten 2 millones de dólares en premios, una cifra muy superior a lo que es habitual, y ella era la principal favorita. 
En febrero, otra mujer, la estadounidense Nazi Paikidze, renunció a jugar el mundial de Irán porque prefería sacrificar su carrera “antes que ser obligada a vestir un hiyab”. Estas dos mujeres han demostrado al mundo que no todo se puede comprar con petrodólares y, de paso, han dejado en evidencia a esas Federaciones Internacionales formadas por hombres que una y otra vez se esfuerzan en lo contrario. El deporte, incluyendo el fútbol sauna de Catar 2022, no debería utilizarse para lavar la imagen de opulentas dictaduras. ¿Los deportistas no tienen nada que decir a eso?
Josetxu Rodríguez 
@caducahoy

viernes, 22 de diciembre de 2017

¡Que no me toque la lotería, por favor!



 Todo listo para ganar el gordo
 
NO quiero que me toque la lotería. Juego por obligación, para no parecer raro o desconsiderado con mi entorno. Y lo hago con cierto temor de que la suerte me acompañe. El mundo está lleno de gente desgraciada por su culpa. Personas normales que, de la noche a la mañana, se emborrachan de euros y enloquecen. Una de ellas, apenas cobró el premio, se operó los labios, se puso pecho y culo prominente, gastó fortunas en tratamientos cosméticos, compró un coche de lujo, un palacete y unos zapatos con tacón de aguja. Después de dar la vuelta al mundo reconoció que se había equivocado, que el dinero no da la felicidad y que no había encontrado al hombre de su vida. Y eso que lo había buscado en los mejores hoteles del mundo y en varios McDonald’s. Es comprensible, ya que la persona de quien hablo era jugador de rugby cuando le tocó el gordo y los trajes de Felipe Varela y Ruiz de la Prada le quedaban fatal, ya que tenían que ponérselos de dos en dos para cubrir su desparramada musculatura. Nadie le advirtió de que las cosas importantes de la vida no tienen precio. Ni siquiera el amor. Por eso hoy no quiero ser un agraciado, ni tener que espantar de la puerta de casa a vociferantes inversores que quieren administrar mi fortuna. Bastante tengo con las gallinas del vecino, que vienen apenas amanece a reclamar su porción de pan duro. Si quieren mis décimos, pasen esta tarde sobre las cinco y se los regalo todos. O casi todos, depende.
Josetxu Rodríguez 
@caducahoy

martes, 5 de diciembre de 2017

Chicote, piérdete



 Chicote en pleno ataque de nervios
 
ABDUCIDO por el Síndrome de los fogones -ese impulso irracional de rodearse de alimentos, pucheros y nitrógeno líquido- he decidido llamar a Chicote para que me ayude a organizar la cocina de casa. El tío no defrauda. Nada más llegar, me dio los primeros consejos: tienes que sacar el futbolín de aquí y dejar sitio para guisar y poner una mesa y unas sillas, dijo. Es un auténtico fenómeno con vista de lince. La prueba es que encontró un horno. ¡Ni yo sabía que teníamos horno! Pues allí estaba, debajo de esa cosa cuadrada de cristal que se pone roja cuando tocas un botón. Lo usaba para secar los zapatos y resulta que en él puedes asar bizcochos, pasteles de merluza y piernas de cordero. No le dije nada, pero me parece más útil la primera función.
 Después me obligó a sacar la flor de Pascua de su recipiente, porque dijo que era una Thermomix y que sirve para hacer sopa. Yo alucinaba. Y, para colmo, se mosqueó porque tengo libros en el frigorífico. Y eso que están ordenados para no romper la cadena de conservación: “El viejo y el mar”, en la balda del pescado;“El espía que surgió del frío”, en congelados;y “El último tango en París”, junto a la mantequilla. Para entonces, ya estábamos algo tensos, y cuando se empeñó en vaciar de botellas mi vinoteca, que él denominó lavavajillas, le mandé a hacer puñetas. Volveré a comer en el primer bar en el que tenga hambre. Chicote, piérdete.
Josetxu Rodríguez 
@caducahoy