domingo, 25 de noviembre de 2018

El Blas fraile


EL timbre ha sonado temprano, apenas amanecido. Tardé solo un par de minutos en ponerme la bata de Harry Potter y quitarme el gorro de dormir. Cuando abrí la puerta, una catarata de cajas de cartón y sobres acolchados se me vino encima. Con la modorra del madrugón pensé que había descarrilado un tren de mercancías, pero detrás del citado desprendimiento había una caravana de repartidores en moto, patinete y bicicleta, que pisoteando el césped se perdían más allá del horizonte del seto y reclamaban brazo en alto una firma para salir pitando. Garabateé todos los documentos que me pusieron delante, coloqué mi huella en pantallitas de cristal y me escanearon el iris en un par de ocasiones individuos con acentos del lejano oriente. Me hice cargo de los fardos sin hacer preguntas. Al fin y al cabo, hasta que no me tomo el tercer café no soy persona y todo me da lo mismo por no decir que me da igual. Cuando se despejó la niebla en mi cabeza, volví a la zona cero para hacer balance. Había embalajes de Amazon, Bimba y Lola, Carrefour, Dekohogar, Ebay y, así, hasta bien entrado el abecedario. Por un momento pensé que alguien había confundido mi casa con una consigna pero, entonces, una voz reconocible me pregunto desde la cama:
“¿Cariño, ha traído el cartero algo para mí?”.“
"Si no ha muerto atropellado en el tumulto hace un rato, creo que sí”, le contesté.
“He pedido algo de ropa para probarme, algunos cosméticos para el gato, un patinete con sidecar, piezas para montar un fusil de asalto y una lata de espárragos. Devolveré lo que no me guste”, me explicó.
“¿Aprovechando el Blas fraile?”, le dije, por decirle algo, ya que no tenemos gato.
“¡Qué va! Esos llegarán el lunes”, me anunció. 
Mientras entraba en casa reflexioné sobre la condición humana y llegué a una conclusión: “Yo soy yo y su paquetería”. Los hermanos Ortega y Gasset estaban equivocados.

Josetxu Rodríguez

miércoles, 21 de noviembre de 2018

De las diapositivas a las radiografías


Se acuerdan de esta máquina temible?
LAS diapositivas. ¿Se acuerdan? Aquellas que perdieron la guerra contra los píxeles. He tenido pesadillas en las que jugaban un papel fundamental. Me veía de nuevo frente al profesor de arte, con su sotana llena de lamparones, intentando descifrar, entre capón y proyección, si las manchas pertenecían al barroco del campo de fútbol o al churrigueresco del desayuno. 
A veces, el escenario cambiaba y me materializaba en casa de unos amigos recién llegados de su viaje de novios. En la sala habían improvisado con sábanas una rudimentaria pantalla. Junto a una mesita con cervezas y patatas fritas se distinguía un sillón con correas para inmovilizar a un ser humano de pies y manos. Lo que me helaba la sangre no era la estancia a media luz ni la sonrisa maléfica de la pareja, sino el proyector de diapositivas con un carrusel del tamaño de la noria del Milenio de Londres completamente atiborrado de transparencias. 
Pero todo eso pasó y, actualmente, cada uno puede ver las fotos de sus amigos en las redes sociales en dosis no letales y sin permanecer horas secuestrado. Y así estábamos, tan contentos, hasta que hace unos días sentí un estremecimiento en la Fuerza. Cenaba con los amigos de toda la vida y me levanté para ir al baño. Cuando volví, quedé horrorizado. Los antiguos novios habían traído su álbum de radiografías de huesos, dientes y pulmones. También vídeos de ecografías, partos, endoscopias y resonancias en 3D y los estaban reproduciendo, a través de sus teléfonos móviles, en la pantalla de 55 pulgadas del televisor de la sala. Con gran regocijo. 
Todavía estoy dilucidando si es otra pesadilla o he llegado a una edad en la que lo divertido es saber quién es el más enfermo con aspecto más saludable. Qué cruz. ¡Atchísss!
@caducahoy

miércoles, 14 de noviembre de 2018

El estado del bienestar provoca malestar


“Aunque no soy franquista, me dan ganas de hacerme francotiradora”. Sentado en el autobús escuchaba la conversación porque no me quedaba otro remedio. La señora se indignaba según desgranaba los agravios sufridos en los últimos tiempos.
“¿Te acuerdas cuando se te olvidaban las llaves en casa y llamabas a los bomberos? A los cinco minutos tenías en la puerta un camión lleno de titanes que te metían en casa a la silla de la reina. Ahora lo que te meten es un sablazo que tienes que vender el piso para pagar la salida. Lo mismo con las ambulancias. El martes perdí el autobús y solicité una para que me llevara al médico a recoger una recetas. Pues van y me sueltan que coja un taxi. A mí. ¡A una enferma! Si todos los años antes de irme a Benidorm me presentaba en urgencias a que me hicieran un reconocimiento completo con escáner para poder pasar el verano tranquila. Hasta me regalaban toallas y medicinas para el perro. Qué triste, la verdad”.

“Dentro de poco -replicó su acompañante- no solo nos cobrarán el impuesto de hipotecas, sino también el de hipotenusas, ya verás. El día de las nevadas, mi nieto se fue en mangas de camisa a correr al monte hasta que quedó hundido en la nieve. Hizo lo que hace todo el mundo, llamar a los helicópteros para que le llevaran a casa. Pues los tíos llegaron cuando casi se le habían congelado los huevecillos. ¡Y con la factura en la mano! ¡Qué sinvergüenzas! Pensar en el dinero cuando estás en medio de una desgracia. Menos mal que en una clínica de fertilización in vitrocerámicas le compraron los espermatozoides congelados. De no ser así, tendría que haberse puesto a atracar bancos también los fines de semana para sobrevivir dignamente”.

“El estado del bienestar se va a la mierda. Te lo digo yo, que para estas cosas tengo mucho olfato”, sentenció ella con un toque de nostalgia.

@caducahoy

domingo, 11 de noviembre de 2018

Las piernas están sobrevaloradas


Andar está sobrevalorado. Como pensar. No lo digo yo, lo dicen mis piernas. Como son parte implicada y con tendencia a la vagancia no las hago mucho caso. Pero hay gente que sí y las malcría. Vamos, que las

evitar cualquier esfuerzo por mínimo que sea y hasta crean grupos de whatsapp para hacerlas los deberes. Ahí está para demostrarlo la proliferación de artilugios con ruedas que invaden el espacio público. Sentado en un banco del parque, hice un pequeño inventario: en una hora pasaron por delante patines, patinetes, bicicletas variopintas, skates, longboards, seawave, monociclos eléctricos y de tracción animal, segway, una cortadora de césped y una barredora. Ya ven, también los jardineros han dejado de caminar. Hoy es más seguro pasear por la calzada esquivando autobuses, que se les ve venir, que sentir el aliento en la cara de un ciclista o un skater que se entrena para el mundial de habilidad y velocidad sorteando peatones. Uno de ellos contaba el otro día que bajando por una barandilla cayó con su artefacto encima de un cochecito de gemelos. “La madre se puso histérica, tío. Ya le dije a la tipa: Oye, tranki, que te queda otro”.

Ahora que los coches permanecen la mayor parte del tiempo en los garajes pagando impuestos, la movilidad ecológica será otra nueva fuente de ingresos a corto plazo para los ayuntamientos: seguros, multas, permisos de circulación y mini OTAs. Por eso, conviene recordar que no hay mejor forma de moverse que la autopropulsada a base de alubias con sacramentos. Y soy el primero que debe aplicarse el cuento, ya que paso de la cama a la silla del trabajo y de ahí, al sofá hasta irme a la cama. En una ocasión me olvidé las piernas bajo la colcha y tardé dos días en darme cuenta. Con eso les digo todo y no digo más.

@caducahoy