miércoles, 21 de noviembre de 2018

De las diapositivas a las radiografías


Se acuerdan de esta máquina temible?
LAS diapositivas. ¿Se acuerdan? Aquellas que perdieron la guerra contra los píxeles. He tenido pesadillas en las que jugaban un papel fundamental. Me veía de nuevo frente al profesor de arte, con su sotana llena de lamparones, intentando descifrar, entre capón y proyección, si las manchas pertenecían al barroco del campo de fútbol o al churrigueresco del desayuno. 
A veces, el escenario cambiaba y me materializaba en casa de unos amigos recién llegados de su viaje de novios. En la sala habían improvisado con sábanas una rudimentaria pantalla. Junto a una mesita con cervezas y patatas fritas se distinguía un sillón con correas para inmovilizar a un ser humano de pies y manos. Lo que me helaba la sangre no era la estancia a media luz ni la sonrisa maléfica de la pareja, sino el proyector de diapositivas con un carrusel del tamaño de la noria del Milenio de Londres completamente atiborrado de transparencias. 
Pero todo eso pasó y, actualmente, cada uno puede ver las fotos de sus amigos en las redes sociales en dosis no letales y sin permanecer horas secuestrado. Y así estábamos, tan contentos, hasta que hace unos días sentí un estremecimiento en la Fuerza. Cenaba con los amigos de toda la vida y me levanté para ir al baño. Cuando volví, quedé horrorizado. Los antiguos novios habían traído su álbum de radiografías de huesos, dientes y pulmones. También vídeos de ecografías, partos, endoscopias y resonancias en 3D y los estaban reproduciendo, a través de sus teléfonos móviles, en la pantalla de 55 pulgadas del televisor de la sala. Con gran regocijo. 
Todavía estoy dilucidando si es otra pesadilla o he llegado a una edad en la que lo divertido es saber quién es el más enfermo con aspecto más saludable. Qué cruz. ¡Atchísss!
@caducahoy

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