Esa tele de la Seguridad Social, que lo mismo presidía la mesa de la cocina de hogares humildes como la sala de un ministro del régimen, tenía tres cosas buenas. Una era esta y de las otras dos no me acuerdo. Desde entonces aquí, ya se saben la historia. Salvo unos cuantos momentos estelares, que los tuvo, todos los que han pasado por allí la han usado a su conveniencia. Ahora es un ente abstracto, maltratado, que huele a naftalina y a perfume barato.
Su último director, experto en manipulación, acaba de dimitir. Podría pensarse que por vergüenza. Pero qué va. Creo que tras hundirla hasta un 10% de cuota, se siente incapaz de batir ese récord. Quizá nombren a Carlos Herrera o a Carlos Dávila para que lo intenten. O a Marhuenda, que seguro que lo consigue.