viernes, 15 de junio de 2018

El chequeo

TOCA revisión y, como cada año, siento un pequeño cosquilleo en el estómago. Es lógico, la edad no perdona y no todo funciona como solía hacerlo. De hecho, noto que chirría alguna articulación, percibo una pequeña pérdida de líquidos, se escapan algunos gases que no cumplen la normativa y falta agilidad. Nada preocupante, pero lo suficiente para que el utilitario de mi suegro deba enfrentarse a la Inspección Técnica de Vehículos. 
Por eso, y dado que él no puede llevarlo, me ha estado aleccionando como a un neurocirujano que va a iniciar una operación donde la mínima distracción podría acabar en tragedia. “Tú tranquilo -me dice-, lleva las ventanillas bajadas, porque no se cierran del todo, y no aceleres mucho que se suelta el retrovisor derecho. Cuando te digan que frenes, acuérdate de hacerlo con los dos pies, que las pastillas andan un poco justas”.

Le digo que me lo apunte todo en una papel y, cuando me lo entrega, veo que no debo encender las luces hasta que me lo digan, porque un foco es estrábico y lo ha corregido con el cristal de una gafas viejas pegado con loctite y “si se recalienta podría arder”. También comenta que ha instalado una pera de goma junto al embrague que debo pisar para que salga el chorrito de agua del limpiaparabrisas. Que por lo demás todo está bien. Que, incluso, ha puesto varios filtros de cafetera en el tubo de escape para que no se note que le robaron el catalizador y diez baterías de móvil de refuerzo porque, en ocasiones, falla el arranque. 
Dada la situación y como no me gustaría pasar la noche en la comisaría, he optado un año más por no sacar el coche del garaje en donde acumula polvo desde hace años. A fin de cuentas, viaja en autobús y se marcha unos meses a Santa Pola. Loado sea Dios.
Josetxu Rodríguez

@caducahoy

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