Dentro y fuera del agua la perspectiva cambia considereablemente
SE acabó el veraneo con
encanto, la cala escondida, el pueblo tranquilo. Ha sido horrible.
Horrible. Las vacaciones más penosas que recuerdo. Tuvimos que alquilar
el último apartamento que quedaba, junto a los nuevos contenedores de
reciclaje. Al lado, habían abierto un bar nocturno. Muy nocturno.
Cerraba a las cuatro de la madrugada. Pese a que la zona es un parque
natural, la playa se había llenado de motos de agua y de veleros. No nos
quedó ni el consuelo de la cala a la que íbamos caminando por el
acantilado. Habían hecho una pista de tierra y un parking en el que
cobraban 5 euros. Ahora, estaba colonizada por familias que montaban
cenadores de Ikea y llevaban botellas de butano para cocinar la paella,
camas de tijera para la siesta y televisores para ver el Sálvame. Y la culpa de todo la tengo yo. Confieso que el año pasado envié las fotos de este paraíso a mi lista de amigos de WhatsApp. Unos veinte. Ellos hicieron lo mismo y tres días después las habían visto 72 millones de personas. Nunca me arrepentiré lo suficiente. No era consciente de que este programa se comporta como el virus del ébola y es más letal. Todo lo que toca muere de éxito. Se satura y colapsa. Ya sea un hotel, un restaurante o un parque natural. Difunde las fotos y lo matarás.
He aprendido la lección y ahora solo envío imágenes de moscas en las mesas, papeleras rebosantes y medusas en la arena. Las pongo yo. Quizá así pueda reparar el daño infligido, aunque no lo creo.
josetxu Rodríguez
@caducahoy
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