lunes, 9 de abril de 2018

Letizia no tiene el horno para ruidos


Letizia está de mala hostia. Normal. Solo hay que recordar cómo era y en qué la han convertido tras atarle una escoba a la espalda, hacerle caminar kilómetros con libros en la cabeza, coserle la lengua y tunearle la cara. Todo eso lo ha soportado con estoicismo y paciencia asturiana, pero hay un límite. 
Creo que la gota que colmó el vaso fue el plato de lentejas que tuvo que comer para que su marido se hiciera el campechano delante de una cámara. “¿Todo ese esfuerzo para acabar con un cuenco de legumbres en la mesa?”, le habrá dicho su abuela Menchu, que a sus 90 años todavía conduce su Clío por Ribadesella. “Ya te dije que ese chico no tenía oficio y su familia era un poco desestructurada. Si al menos te hubieran servido unas fabines con almejes y pantrucu, cachopo con tornos y un quesucu de La Peral con membrillo, tarta de frixuelos y arroz con leche, tendría un pase”. 
Las abuelas son así, se hace lo que ellas quieren o te ponen la cabeza como un bombo. Y Letizia ya no tiene el horno para ruidos. Así que va la abuela Sofía y, por su cuenta y riesgo, intenta hacerse unas fotos con las nietas sin pedir permiso a la madre, y tiene que ir el padre a toda leche para que el abuelo no saque el rifle camuflado que lleva en la muleta y monte una sarracina plebeya a la puerta de la catedral de Palma. Habría estado digno de ver. Que le sigan sirviendo lentejas y ya veremos.
Josetxu Rodríguez @caducahoy

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