Para nosotros quedan los Jelly Belly, que son una alegoría de cualquier hemiciclo al uso. Las semejanzas son inquietantes y muy instructivas: salen caros de cojones, 6,50 euros cada caja, y por cada caramelo de plátano, arándano o fresa, tienes que cargar con un puñado con sabor a cera de oídos, huevo putrefacto o pañal meado. Son cosas de la modernidad y de la política. Hoy que comienza la campaña electoral es buen momento para decidir qué estamos dispuestos a tragar.
Me contaron una anécdota de un bautizo de posguerra. El padrino, no muy pudiente, compartió la bolsa de caramelos con los niños que esperaban fuera de la iglesia y decidió rellenarla con cagarrutas de oveja. Los chavales veían caer un montón de golosinas al suelo, pero al ir a buscarlas los más avispados solo recogían los caramelos. El resto, se zampaba los excrementos como si fueran regalices. No sé por qué me ha venido esto a la cabeza, la verdad.
Josetxu Rodríguez
@caducahoy
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