Como podéis observar en las imágenes, las perrerías de los fotógrafos de carné no tienen fronteras
NO deja de asombrarme la habilidad que
tienen algunos fotógrafos para reflejar en su trabajo lo peor de
nosotros mismos. Concretamente me refiero a ésos que perpetran las fotos
para el carné de identidad o de conducir como si estuvieran ilustrando
el libro de familia del destripador de Yorkshire. Dado que la imagen va a
permanecer diez años en el documento, uno se acicala lo mejor que puede
para conseguir una retrato digno: se corta el pelo, se plancha la
camisa y se da una ligera mascarilla para cubrir las imperfecciones de
la piel. Luego van los tíos y te colocan la luz de tal forma que parece
que tienes la nariz torcida, los ojos llenos de legañas y que babeas por
la comisura de un labio.
No es que me quite el sueño, pero me fastidia
que sea mi peor cara la que tenga que mostrar a la autoridad competente
para que haga mofa y escarnio antes de cascarme una multa. Es fácil
imaginarse la situación: te paran en un control de alcoholemia y oyes
gritar al ertzaina: ¡Sargento!, mire este macarra de la foto que pinta de buena persona tiene en la realidad... Y no exagero.
Para
que se hagan una idea de cómo trabaja mi fotógrafo de cabecera les diré
que si hubiera sido cirujano todos le considerarían un buen carnicero.
Sus obras son una especie de cacofonías iconográficas que muestran al
individuo de forma tan desgarradora que hasta la madre del hombre
elefante se hubiera conmovido al verlas. Ya ven.
Josetxu Rodríguez
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