martes, 3 de febrero de 2015

Vivir, amar, morir...


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ESCRIBO esta columna para dar voz a los cientos de personas que cada día pierden a un ser querido en alguno de los hospitales vascos. Ojalá que los fallecidos hayan estado acompañados en ese difícil trance por equipos tan humanos y profesionales como los que estaban la noche del jueves en la cuarta planta del Hospital de Santa Marina de Bilbao. 
En ocasiones así, los familiares solemos ser, en el mejor de los casos, una especie de fardo conmocionado y con el corazón roto que apenas sabe reaccionar en los momentos de crisis y estorba allí donde se coloca; y en el peor, alguien con un ataque de histeria que se convierte en otro paciente que desvía la atención de quien en verdad lo necesita. Nuestra función es darle amor al enfermo que se va, confirmarle que su vida ha servido de algo porque deja en este mundo mucha gente que le quiere. Poco más. El resto depende del personal sanitario. 
Ver a la enfermera correr por el pasillo y gritar a la cara de la paciente: “Nieves, cariño. No me dejes. Mírame, estoy aquí. No me hagas esto”, hasta que regresa del otro lado es sobrecogedor. Hay que ser muy fuerte para pelear noche tras noche y recuperar estos pequeños retazos de vida. Tanto como para saber cuándo hay que dejarles partir y que crucen lentamente el umbral rodeados de sus allegados. Se ha perdido una batalla, pero no hay tiempo para lamentaciones. En las habitaciones de al lado hay otras que ganar. Solo por eso merecen nuestra gratitud y admiración.

Josetxu Rodríguez
@caducahoy

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