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Aquello fue una revelación y sentí que alguien había
conseguido verbalizar uno de mis sentimientos más profundos. Estábamos a
16.000 kilómetros de casa, habíamos pasado 17 horas metidos en un avión
y después atravesado la península malaya en autobús y, ahora, acababa
de descubrir con lágrimas en los ojos que no era la única persona que en
aquel lugar echaba de menos la playa de Gorliz.
Desde entonces, el
kilometraje de mis viajes se redujo drásticamente. Ahora veo a los demás
cargados de folletos, haciendo encaje con las rutas aeronáuticas y
poniéndose extrañas vacunas quizás más nocivas que las enfermedades que
combaten y no siento ninguna envidia.
Por ejemplo, mi amigo Luis, en
ocasiones incapaz de localizar a su gata en el jardín, se va al Congo a
rastrear gorilas por la selva ayudado por la señal GPS que envía un
satélite. Espero que tenga suerte. Mientras tanto, yo perseguiré grillos
por las campas cercanas y karramarros por el litoral y no necesitaré ni
siquiera una brújula.
Por Josetxu Rodríguez
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