JUNTO a la de mercenario, piloto de
fórmula uno y periodista de la prensa del corazón, una de las
profesiones más arriesgadas del mundo es la de maestro. Me lo confirma
Emilio C., un veterano de la Guerra de Magisterio condecorado en varias
ocasiones por su valor ante las huestes de preescolar, experto en
defensa antiadolescente y herido en la batalla de bollicaos que asoló el
comedor de su colegio en la campaña de 2007.
Esta especie de coronel
docente, que se enfrenta a diario a una inagotable infantería enemiga,
confiesa que todavía le tiemblan las piernas cuando se da la vuelta para
escribir en la pizarra y siente que tiene 30 pares de ojos clavados en
la espalda. "Bueno, -puntualiza- 30 pares de ojos y un puntero láser que
nunca se sabe si proviene de un llavero o de la mira telescópica de un
fusil de asalto M-16".
El bueno de Emilio me explica lo difícil que es
enseñar algo cuando has de pasarte el día a la defensiva ante toda una
generación de bestezuelas que han crecido sin bridas. Pese a que las
hostilidades no han llegado al nivel de Gran Bretaña o Estados Unidos,
donde se pide a los alumnos que no agredan al profesor, al menos, hasta
que la clase haya terminado, los sindicatos de la enseñanza ya han
alertado sobre los estragos que causa el estrés de combate entre la
profesión.
Convendría tomar nota de la advertencia, no vaya a ser que el
día menos pensado el profesorado se rinda y no vuelva en septiembre.
¡Dios no lo quiera!
Josetxu Rodríguez
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