EL patatov o bazuca patatera ha
llegado a Euskadi para sumarse a las plagas bíblicas que nos asolan:
la avispa asiática, el mejillón cebra y los leggins
agujereados, entre otras. El artilugio, que lleva años dando vueltas por
el mundo y cuyos efectos están inmortalizados en cientos de vídeos en
internet, consiste básicamente en unos cuantos tubos de PVC de distinto
grosor que, por medio de un espray y un encendedor de cocina, permiten
poner una patata en órbita o, en su posición tierra-tierra, ingresar a
los vecinos en el hospital con un severo patatús.
El artefacto, que
podría considerarse el primo de zumosol del cóctel molotov,
lleva camino de convertirse en el AK-47 de las gamberradas si antes no
se lo queda la Ertzaintza para modernizar su armamento. Idea poco
descabellada si tenemos en cuenta el ahorro en pelotas de goma que
podría suponer el afán recolector de tubérculos que tienen los alaveses.
En el caso de querer utilizarlo para uso civil, resultaría muy práctico
para plantarlas sin tener que cavar el agujero.
La verdad es que no se
me ocurre mayor sinergia para crear una industria de armamento civil y
militar completamente ecológica. Junto a las utilidades descritas, cabe
explorar otras con mucho futuro, ya sea lanzar las basuras poco
reciclables a los territorios vecinos o desarrollar bombas
antidisturbios con proyectiles de racimo (patatas bravas picantes, por
ejemplo). La guerra tuberculosa tiene mucho futuro para un pueblo
emprendedor.
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