ME gusta tanto el cine que disfrutaba incluso con el anuncio de Menforsan,
aquel en el que una señorita corría en camisón por un prado y, después
de oler una flor, miraba al patio de butacas y nos rociaba con un espray
ambientador, provocando en el espectador una contracción en las
glándulas sudoríparas. Durante quince años fue proyectádo en las salas
vascas y la tía, a la que en todo ese tiempo no le salió ni una arruga,
siguió fumigándonos una y otra vez, pese a que tenía que conocernos a
todos, por lo menos de vista.
Como me gusta tanto el cine, decía, dejé
de ir, porque en la tele comenzaron a emitir buenas películas y preferí
espatarringarme en el sofá para ver Amarcord y Muerte en Venecia.
Hasta que llegaron los miles de anuncios y las llamadas de teléfono a
partir de las 10.00 de la noche, que era más barato, y el cambio de
pañales...
Total, que como me gusta tanto el cine abandoné la tele y
volví al patio de butacas, que ya tenía sonido estereofónico con sensorround
y asientos anatómicos. Y allí estaba tan contento cuando llegaron las
hordas de quinceañeros, los veinte minutos de anuncios previos, el
jolgorio en medio de la proyección y la comida, que ya no se conforman
con los contenedores de palomitas, que ahora llevan barbacoas para
prepararse la merendola.
El caso es que como me gusta tanto el cine he
dejado de ir porque ahora las teles tienen pantalla panorámica, sonido
3D y la del chupete tiene 15 años y, aunque vive con nosotros, no la he
visto desde noviembre. Las cosas como son.
Josetxu Rodríguez
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