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viernes, 29 de junio de 2018

Ella, yo y las circustancias


MI hija dice que no me entiende. Lo comenta en uno de esos fugaces instantes en el que nuestras dos órbitas vitales se cruzan en el pasillo. Ella camino de la cama y yo recién desayunado. En cierto modo, soy el cometa Halley de su vida, ese con quien coincide cada 75 días aproximadamente. 
Está muy guapa con su pelo rojo, aunque creo recordar que la última vez lo tenía azul ¿o era verde? Me alegra comprobar que sigue viviendo en casa, lo que es un signo inequívoco de que nos tiene afecto y que le sigue gustando su habitación, ese búnker inexpugnable registrado como territorio inviolable por la Convención de Ginebra, con leyes propias y un estatuto libre asociado a nuestra vivienda. Además, tiene derecho a baño y cocina, aunque a esta última solo se acerca cuando huele a guiso o comida caliente. 
Recapitulo: dice mi hija que no me entiende. Y no sé por qué. Intento contactar con ella antes de que nos sumerjamos de nuevo en nuestros universos paralelos de hombre maduro y tardoadolescente. Cabe la posibilidad, incluso, de que la próxima vez que la vea se haya casado en Singapur por Internet o creado una comuna ciberpunk y vivan todos en su cuarto cocinando paellas veganas. Hace tiempo que tengo ganas de repetirle que la queremos, que es lo mejor que nos ha pasado en la vida y que siempre estaremos a su lado pese a que su generación se cargó mi derecho ancestral al huevo argumentando que los hijos siempre tienen prioridad. “Mira, cariño”, le digo. 
“¿Dónde?”, me contesta. 
“¿Dónde qué?”, le pregunto perplejo. 
“Que dónde quieres que mire, aita, es que no te entiendo”, exclama con un bostezo. 
Ya ven, nos comunicamos así. Tendré que intentarlo otro día, quizá después de que haya dormido algo.

Josetxu Rodríguez
@caducahoy

domingo, 17 de octubre de 2010

¿Qué son los leggins?



SON las 8.30 de la mañana y la niña, después de plancharse el pelo con una tostadora de mano, va a llegar tarde a clase porque no sabe qué ponerse. Es decir, que como está nublado, el color de la blusa no le combina bien con el pañuelo de cuello. Además, no quiere ir con pantalones y me pregunta si le quedan bien los leggings con los zapatos de bailarina. ¿Los leggings? ¿Qué son los leggings? La niña hace preguntas enigmáticas cada mañana y no hay que contestarle con precipitación para evitar confundirlos con unas polainas y llegar a clase pasado el recreo. Intento explicarle que la ropa es para protegerse del relente y debe ser elegida teniendo en cuenta la meteorología y no el espectro cromático del universo. Vamos, que no creo que unas polainas abriguen más por ser de color malva o una blusa por llevar monigotes pintados de Custo. Pero es difícil de convencer y, además, no me oye porque está colocándose una decena de pulseras que le hacen sonar como un saco de cascabeles.

Son las 8.50 y aún no hemos salido. Mientras espero, pienso en todos esos escolares que asisten a clase con uniforme: el mismo jersey, la misma falda, el mismo pantalón, y a otra cosa, mariposa. Seguro que les ha dado tiempo de desayunar y hacer los deberes mientras mi niña con el pijama de ositos reconstruía su imagen de preadolescente. Por un momento calculo la cantidad de tiempo que ahorraríamos si todos fuéramos uniformados. ¡Como que me están dando ganas de comprar un traje y una corbata!