LOS distribuidores de combustible tienen
un problema: por más que se esfuerzan, no consiguen que el precio de
los carburantes bajen. Según Repsol, la situación no es alarmante
porque, aunque parece que la gasolina está cara, no es así; lo que pasa
es que los consumidores no somos entendidos en hidrocarburos y por eso
nuestra percepción de la realidad está algo distorsionada por la
televisión. Aseguran que sus márgenes comerciales son muy pequeños y que
no es que hayan pactado los precios entre todas las compañías sino que
son los otros los que le copian el suyo.
La realidad es que desde que el
gobierno liberalizó el libertinaje de precios, el litro se ha
disparado. Y el problema no es que el octano suba, sino que flota debido
a algún extraño principio de Arquímedes que podría definirse con el
siguiente axioma: un litro de cualquier cosa sumergido en la
liberalización experimentará un empuje hacia arriba en su coste similar a
la caradura del oligopolio que lo distribuya.
Algo parecido a lo que
pasaba con la factura telefónica. Estuvo meses sufriendo un empuje
inflacionista igual al cuadrado de la hipotenusa (siendo los catetos mi
señora y yo) sin que la compañía consiguiera descubrir la causa. Un día
se me encendió la lucecita y les pedí que me quitaran todos los planes
de descuento, promociones y reducciones de tarifa. Desde entonces, todo
volvió a unos valores aceptables. Los caminos del liberalismo económico
son inescrutables.
Josetxu Rodríguez
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