La Iglesia posee catedrales, seminarios, conventos, ermitas, monasterios e innumerables riquezas. Tiene una marca consolidada, unas infraestructuras fantásticas, una logística envidiable y una presencia a pie de calle en cualquier pueblo de la península que hace palidecer a los estrategas de Zara. Pero, curiosamente, le falta algo fundamental: los curas. ¡Qué paradoja! Solo por este pequeño detalle corre peligro de morir de éxito. Tranquilícense, no ocurrirá. Acabo de enviar una carta al obispo para aportar el asesoramiento del que fue monaguillo en numerosas ocasiones a la vez que cinturón marrón de karate.
Ilustrísima, le digo, imagínese uno de esos autómatas de carretera que mueven una banderita arriba y abajo junto a las obras. Pues bien, ahora imagíneselo junto a un altar, vestido con casulla y estola, repartiendo hostias 24 horas al día a requerimiento de cualquier feligrés que lo necesite.
Quizá la imagen le resulte un poco chocante al principio, pero tras una reflexión sosegada estoy seguro de que comprenderá que las situaciones de emergencia necesitan soluciones de emergencia. Este sacerdote biónico episcopal, acompañado de pantallas de 50 pulgadas (sin IVA) para las misas con dvd y el videoconfesionario-wifi permitirían mantener los servicios con muy pocos sacerdotes.
Sé que esta revolución tecnológica no tiene precedentes, pero la alternativa sería ordenar mujeres para oficiar misa. Y esa sí que sería una revolución ¡y de las gordas!
Ver también Jesucristo, primer tuitero de la historia
Josetxu Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu participación...