viernes, 24 de septiembre de 2010

Hipocondriacos compulsivos




CUANDO el miércoles a las 21.30 horas me senté ante el televisor, era una persona saludable, algo cansada, eso sí, pero con un nivel razonable de vitalidad después de una dura jornada laboral. Un par de horas más tarde y tras dos tandas de 20 minutos de anuncios de parafarmacia, me había convertido en un hipocondriaco compulsivo que abría cajones buscando su vieja tarjeta sanitaria perdida entre papeles por falta de uso. Según la publicidad, ese satisfactorio tono vital del que disfrutaba como un inconsciente sólo ocultaba un deterioro generalizado que, más pronto que tarde, me llevaría a la UCI sin escala en el ambulatorio a menos que hiciera un pedido farmacológico de varios cientos de euros.

Los síntomas eran claros: ligero dolor de piernas, cierta falta de apetito sexual, dolor de cabeza intermitente, molestia en una costilla, algo de ansiedad, insomnio según qué día, opresión en el pecho, entumecimiento en un brazo y desajustes estomacales variopintos. ¡Cómo he podido estar tan ciego y no darme cuenta de que soy un pre-enfermo! Y, además, ¡un pre-enfermo de gravedad! La leche con vitaminas, el yogur anticolesterol, el agua mineralizada y todos los superalimentos que ingiero para blindar mi salud no han servido de nada. Menos mal que las farmacéuticas llevan muchos años haciendo medicamentos para gente sana, porque si no, no sé qué sería de nosotros. Pienso comprármelos todos, bueno, siempre que encuentre la visa, porque de líquido ando fatal.

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