HA ido a comprarle los libros al chiquillo y le han dicho que el de física que usó el hermano el año pasado ya no vale porque “los avances en computación cuántica que se han producido mientras su familia estaba en la playa, están consiguiendo grandes resultados en la solución de la decoherencia que afecta a la mecánica. En concreto, al tren que sale de Madrid y se cruza con el de Barcelona en algún punto del trazado”. Que es mejor que compre el nuevo para que el niño, de diez años, no se quede retrasado y, también, para consumar el atraco. Y lo ha comprado. Ese y todos los demás: 150 euros.
Las ciencias progresan tanto durante la canícula que dejan obsoletos todos los textos. O sea que, este curso, los chavales en lugar de hacer torres con palillos de helado construirán aceleradores de partículas para demostrar la teoría de las supercuerdas. Los foros están que arden. Los más viejos del lugar aseguran que ellos ya hacían aceleradores de partículas hace 40 años y los llamaban tirachinas. Incluso uno recuerda que en clase tenían un cura que, en sí mismo, mismamente, era un gran colisionador de coscorrones. Le atribuyen el descubrimiento de la gran hostia de Dios padre. Que se la llevó Patxi Iturgaiz, concretamente. Y alguno pregunta si tiraba quarks. Pues sí, se tiraba unos quarks que te hacían ver los pliegues del espacio-tiempo, el tío. Y sin tanto libro de texto. La verdad es que los tiempos han avanzado mucho para llegar al mismo sitio.
Josetxu Rodríguez
@caducahoy
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