martes, 2 de agosto de 2011

La thermomix me odia



LA bronca del verano es por la thermomix. Ella quiere llevársela de vacaciones y yo le digo que no, que en mi coche no entra esa cosa. Ella dice que el coche no es mío y que no es "una cosa", que es un robot de cocina mucho más inteligente que yo.

La verdad es que puede que tenga razón, porque desde que llegó a casa ese artilugio del diablo no me ha quitado ojo. Su lucecita roja, como la de Hall 9000, el computador psicópata de 2001, una Odisea espacial, permanece encendida 24 horas al día. Si entro en la cocina escanea mis movimientos con un ligero zumbido de desdén. En una ocasión, me acerqué a ella para desconectarla, pero emitió un pitido estridente y al instante entró mi mujer como un GEO y me hizo un placaje de primera división. "Ni se te ocurra tocarla con esas manazas", gritó. Me alejé de allí sintiendo detrás su ronroneo electrónico de agradecimiento.

Desde entonces, ella y la entidad robótica son inseparables. Hacen la comida juntas y en las conversaciones con los amigos ya no se habla de mi plato estrella: los champiñones rellenos de champiñón, sino de las maravillosas salsas y guisos que es capaz de preparar ese trasto.

Por eso me niego a llevarla de vacaciones, porque la mano que mece el arroz con leche se ha interpuesto entre mi pareja y yo y creo que me he convertido en un estorbo. Al emperador Augusto le envenenaron con un simple higo, imagínense cómo me siento ante un montón de chatarra capaz de preparar un tiramisú en dos minutos.

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