LA última vez que un funcionario se hizo cargo de poner los nombres a los recién nacidos fue en la localidad burgalesa de Huerta del Rey. El proceso era el siguiente: cada vez que alguien daba a luz, un familiar salía camino del ayuntamiento para registrar a la criatura. El secretario echaba mano del martirologio romano y elegía un nombre, por ejemplo, Burgundófora Cancionila. Una vez perpetrado el bautizo civil, el citado familiar se dirigía al campo para anunciar al padre las dos noticias: que tenía una hija y que se le había adjudicado un apelativo compuesto. Hoy, Huerta del Rey aparece en el libro Guinness como el pueblo con los nombres más raros del mundo, de hecho, Evilasio, Gláfida, Filadelfo, Walfrido, Hierónides y Filogonio suelen tomar potes juntos todos los domingos.
Como el ser humano no aprende de sus errores, de nuevo será un funcionario quien decida el orden de los apellidos del recién nacido cuando los padres no se pongan de acuerdo. Dejando a un lado que dos personas así deberían ser inhabilitadas directamente para cuidar a un hijo, delegar en un funcionario la decisión solo puede traer problemas logísticos y administrativos. Habrá que crear una Subsecretaría ministerial y autonómica de Nomenclaturas y Heráldica Aplicada llena de secretarios y personal de oficina. Eso llevará meses o, incluso, años. Lo mejor sería preguntarle al bebé cuando aprenda a hablar, aunque terminemos todos apellidándonos Pocoyó.
Josetxu Rodríguez
Me ha gustado mucho este artículo, desde la primera letra a la última. Qué arte (o know-how o como se quiera decir) para enlazar argumentos y vaya argumentos. Eskerrik asko! Suerte tenemos de disfrutar de leer un artículo así, opinión y de un periodista
ResponderEliminarMenuda idiotez. El padre, si existe, deberá hacer lo que quiera la madre, si no quiere verse debajo de un puente
ResponderEliminarEskerril asko, pues eso, eskerrik asko
ResponderEliminarNo seas tan pesimista, que ahora venden tiendas baratas en Decathlon
ResponderEliminarMuy bueno!!!
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