HUBO un tiempo en el que parte de la educación de los niños la realizaba la tribu. Cualquier adulto tenía la potestad de reprender a un chaval que estuviera haciendo trastadas en la calle, aunque careciera de parentesco con él. Era algo cotidiano y que contaba con el beneplácito social. De hecho, más de uno ha llegado a ser campeón de taekwondo esquivando zapatillas y escobazos. Si soy sincero, de los capones que he recibido, ninguno me lo han dado en casa. Se lo cuento a mi hija y me mira como miraba a su muñeco parlante. Y no me extraña.
Ante una situación similar, con un coscorrón de por medio, hoy en cinco minutos la zona estaría acordonada por la Policía Municipal y un batallón de psicólogos atendería al muchacho mientras se llevaban detenido al inconsciente agresor. En el caso de que fuera maestro, la condena podría ser a perpetuidad. Algo parecido ha ocurrido en A Coruña, donde una madre ha sido denunciada por su hijo de 11 años a quien dio un bofetón por negarse a poner el desayuno, insultarla y, fuera de sí, tirar al suelo el móvil de alta gama con el que oía música. El juez ha visto “justificado” el cachete frente a la actitud de “síndrome del emperador” del hijo y señala que “de no mediar una inmediata corrección, el menor trasladará dicho comportamiento a terceros”, por lo que ha absuelto a la procesada. Ahora está por ver si el crío recurre hasta llegar al Constitucional. Es posible.
Josetxu Rodríguez
@caducahoy
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