HACE muuuuuuuucho, muuuuuuucho tiempo
que solo como hamburguesas con pedigrí. Vamos, que exijo que el caballo
sea de padres conocidos y no haya sido alimentado con piensos de pescado
elaborados con aletas, cabezas y restos de cajas de cartón. Ustedes,
que son tan jóvenes, quizá no se acuerden, pero hasta hace un par de
décadas era lo común. De hecho, la incipiente Unión Europea tuvo que
prohibir que se alimentara al ganado con triturados de ropa vieja de
piel, restos de diversos animales y embalajes varios. Luego llegaron las
vacas locas y se armó la marimorena.
Desde entonces, la alimentación ha
mejorado mucho y ya casi no mata, solo engorda. Los fraudes mortíferos
se circunscriben a países lejanos y exóticos donde gente sin escrúpulos
lo mismo vende carne de cerdo fosforescente que leche para lactantes
hecha con agua y melanina, una sustancia letal.
Por estos lares, el
problema es el etiquetado. Vamos, que les da vergüenza poner con qué lo
han elaborado. Y no me extraña. El último análisis que he leído de la
OCU es de risa. El caviar de esturión era de un pez del Misisipi; el
tiburón seco, perca africana; y el venado de la comida para perros era
en realidad carne de vaca. Si la vaca se la dan a los perros, es lógico
que a nosotros nos toque el caballo. No hay remedio.
Para saber lo que
comes tienes que criarlo en casa. En mi juventud lo intenté con un
ternero, pero se merendaba las lechugas de la huerta y los caracoles
protestaban. El experimento fracasó.
Josetxu Rodríguez
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