miércoles, 1 de octubre de 2014

El campeón de los hipocondriacos




Estoy fatal. Hecho polvo. En las últimas. Me queda un cuarto de hora. Con cuidados paliativos puede que 16 minutos de vida. Lo sé por casualidad. Estaba mirando por la ventana y, de pronto, las noté: una especie de burbujitas en mi campo visual. Me he asustado mucho. Con la vista fija caen, pero si parpadeo, suben rápidamente. Cuanto más me fijo en ellas, más grandes se hacen. ¡Dios mío, voy a quedarme ciego antes de ver mundo! En medio de un ataque de ansiedad he corrido a mirar en Google. ¡Lo sabía! Allí lo pone. Claro, clarito. Es mi cerebro, corroído por un cáncer terminal. Me sudan hasta los dedos. Me he quedado en silencio, paralizado. Bueno, en silencio no. Ahora que me fijo descubro que en mis oídos se oye un pitido, una alarma. No me había dado cuenta hasta ahora. El corazón se me va a salir del pecho. ¡Es la metástasis! Se extiende a velocidad de vértigo, a la tarde habrá llegado a mi próstata, tras infectar los pulmones y el colon. Llamo a mi mujer para despedirme, pero se ríe y cuelga. Tendré que dejarle una carta. Aviso a mi amigo el médico y le cuento el caso con un hilo de voz. Me insulta y habla de miodesopsia, algo normal e inofensivo. ¡Ja! No le creo. Este se pasó la carrera en el bar. Seguro que estaba borracho el día que hablaron de estas burbujitas. Mis amigos también le quitan importancia, es la señal inequívoca. Me ocultan la gravedad del caso. Es el fin. Aprovecho para despedirme de ustedes. Puede que la semana que viene este espacio aparezca en blanco. A modo de esquela. Agur.
Josetxu Rodríguez

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