martes, 10 de septiembre de 2013

El zoo en casa: la familia y otros animales


AMA, ¿has visto la marmota? 
-Está en el sofá. 
-No pregunto por aita, sino por la que me regalaron cuando compré el escorpión. 
Esta conversación, que se desarrolla en un piso de Licenciado Poza, es un ejemplo del proceso de selvatización que han sufrido las ciudades desarrolladas en los últimos años. El espachurramiento de dos niños por su mascota, una serpiente pitón, en Canadá es solo un ejemplo. 
Si el personal se pasó el siglo XX intentando que su hogar fuera un lugar aséptico libre de ácaros, piojos, sagutxus y tíos solteros; ahora intenta convivir con un minizoológico tropical más peligroso que la selva birmana. 
Los chavales ya no se interesan por el consabido jilguero, al que le ponías una hoja de lechuga y te olvidabas de él una semana, sino que se compran un bebé cobra que alimentan con lagartos blancos que crían en su habitación con larvas de gusanos. Así que cada vez es más fácil encontrarse en la escalera con una tarántula que, a fuerza de verte, llama al ascensor cuando te acercas. Por si acaso, yo siempre que visito una de estas casas me miro en los bolsillos antes de salir para evitar cargar con un inquilino de ocho patas. 
En el fondo, más que repugnancia, estos bichitos desarraigados me dan lástima. En ocasiones ni su dueño se da cuenta de que han muerto: 
-¿Qué le pasa al camaleón que está patas arriba? 
-Hace pilates. 
-Los camaleones no hacen gimnasia y, además, parece dormido. 
-Estará invernando. 
-¿En agosto? 
-Y yo qué sé.
Josetxu Rodríguez

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